Una greguería en pie
Artículo de Andrés Rubio publicado en Diario Palentino 19 de febrero de 1994
No recordaba el nombre del oscense Ramón Acín (de quien me habló en ocasiones Ramón Gómez de la Serna en su estudio de Buenos Aires) cuando en una de mis últimas excursiones paseaba por el parque Miguel Servet de Huesca, adonde acudí por las casetas de libros que allí había con motivo de la Feria del Libro en Huesca.
El atractivo acontecimiento parecía enmarcado en una avenida del parque entre siluetas de árboles espléndidos. Al verlos sentí esa sensación de lo ya conocido, aunque no había estado antes en ese lugar. Pero me equivocaba, porque esas siluetas si me parecía haberlas vivido antes era porque conocía la reproducción de un magnífico cuadro de Ramón Acín, donde están presente el espíritu de estos árboles o el de algunos hermanos suyos crecidos en el mismo lugar.
El de Huesca es un parque ideal, a la medida de la capital del altoaragón, saludable pulmón dentro del recinto de la capital que, por fortuna, no está especialmente maltratada por la contaminación.
Al recorrer el parque, luego de haber visitado las casetas, me ha sorprendido un singular monumento, el de dos pajaritas de metal, de un gran tamaño acorde para funcionar plásticamente en el entorno, como las que se hacen con trozos de papel. Las pajaritas, de perfil ante el espectador, se miran de frente cual si en constante embeleso de pareja enamorada mantuvieran un silencioso y estático dialogo sin palabras.
El espacio que hacia él conduce, cual breve y recoleta avenida, dispone de unos bancos al uso de la época, en torno de los años veinte que tienen a la pajarita como motivo ornamental. Este privilegiado lugar nos habla del tiempo de la infancia. De una época en que lectores de Pinocho y Las aventuras de Pipo y Pipa nos deleitábamos con las versiones dibujadas de sus episodios.
El genial acierto plástico de Ramón Acín hace de esta creación uno de los más bellos y singulares monumentos de nuestra época. Acín se adelantó plásticamente a muchos de los artistas contemporáneos, en especial a los del pop-art americano, archifamosos y triunfadores, que, en sus momentos más felices, no superaron tal acierto.
Acín realizó la importante hazaña de conseguir la máxima intensidad expresiva con un mínimo de elementos. Y ahí queda su lección permanente de artista que da en la diana.
Al aumentar la belleza del entorno Ramón Acín, quien fuera amigo de Ramón Gómez de la Serna en sus años juveniles en Madrid, realizó la suprema hazaña de hacernos real algo semejante a una de las más geniales greguerías de Ramón Gómez de la Serna.
Este artículo permanece en los archivos de Antonio Fernández Molina, al igual que los cuatro incluidos como epílogo en el volumen Ramón Gómez de la Serna, de Antonio Fernández Molina (ISBN: 978-84-17231-48-4).
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