Fragmento de Ramón Gómez de la Serna, de Antonio Fernández Molina






Ramón Gómez de la Serna I Antonio Fernández Molina I Apéndice de Andrés Rubio I ISBN: 978-84-17231-48-4 I Thema: DSM – DNL – DNB I Ensayo I 168 págs.




I
Ramón
(Capítulo completo sin notas)


La muerte de Ramón Gómez de la Serna fue un acontecimiento que debiera haber puesto sobre el tapete varias cuestiones relacionadas con la literatura y la creación artística en general.
De Ramón Gómez de la Serna no se ha hablado lo suficiente, y puede asegurarse que las próximas generaciones de escritores lo ignoran.
Sin embargo, su personalidad ha sido una de las más curiosas, atrayentes y sugerentes que ha producido nuestra literatura, y resulta difícil encontrar su igual en dotes imaginativas y creadoras.
Su influencia ha sido muy grande, sobre todo en la poesía y en la prosa humorística, aunque esta última no se ha visto compensada con unos discípulos que hayan desarrollado las posibilidades de su mundo.
Si Francia, por ejemplo, hubiera contado con un escritor millonario en sugerencias, en mundos y contrastes, como lo es Ramón Gómez de la Serna, es previsible que hubiera sacado de él amplio partido, pues es evidente que hay en Ramón obra suficiente como para nutrir a ocho o diez escritores, todos ellos de vanguardia.
Gómez de la Serna vivió ese espíritu renovador del siglo que, bien es verdad, no es el que sopla en los tiempos actuales, en que la juventud vuelve la vista hacia la realidad más inmediata, hacia los mundos más tortuosos y fascinantes de Kafka y los escritores que han recogido su herencia.
Ramón representó una realización que en buena medida humana hubiera correspondido a dos o tres generaciones de escritores. Él solo acapara en nuestras letras casi todo el esfuerzo, la aventura y la realización de las vanguardias de la primera mitad de este siglo.
Su obra es riquísima y muy abundante. Nadie, casi creo que ni él mismo, ha llegado a saber exactamente el número de sus libros. Estos pasan de cien, pero al mismo tiempo son múltiples sus colaboraciones de toda índole, que mantuvo en las más diversas publicaciones a todo lo largo de su vida.
Su gran imaginación estaba teñida de ironía. Él se reía de su propia sombra y supo comunicar a la literatura un gran desenfado, por eso, a veces, sus libros nos dan descomunales sorpresas; por ejemplo, el ofrecerlos ilustrados por él mismo, con agilidad y penetración en los temas —que ha resultado ser el mejor ilustrador de sus textos—, o aquella otra, cuando al abrir un volumen nos encontramos un papelito amarillo, firmado en rojo por Ramón Gómez de la Serna, en el que dice que el lector puede situar donde le parezcan veinte o treinta erratas en su libro. Sin embargo, no en todo fue coherente. He rastreado en la parte de su obra que me ha sido accesible, en libros y revistas, alusiones llenas de susceptibilidad y desdén hacia los poetas surrealistas franceses, con los que, por otra parte, tantos puntos de contacto tiene, aunque él ha sido siempre un independiente, un gran independiente.
También ha sido motivo de alejamiento de su obra por parte de la juventud su actitud personal y literaria frente a la realidad. Justificada o injustificadamente se le ha tomado por un escritor encastillado en su torre de marfil. Parece como si el mundo no tuviera para él otra finalidad que la de servirle de espectáculo del que extraer sus obras, como si para estas no ambicionara el destino de contribuir a la evolución del mundo en el que han sido creadas. Pero, por encima de todos los reparos que se le puedan poner, algunos de ellos provisionales en el paso del tiempo y que la moda hará ver de otra manera, de los que son producto una no total comprensión de su obra, no hay duda de que la importancia de Ramón en nuestra literatura puede ser muy semejante a la de Quevedo, o a la de Goya y Picasso en la pintura.
Él, entre otras muchas, nos ha dado una lección singular. La de la entrega total y perseverante a la literatura, de la que vivió, con la que vivió y para la que vivió. No aceptó en toda su vida ser otra cosa que un escritor, pura y simplemente un escritor. En medio de la baraúnda de un mundo en que todo está tan confuso y tan mezclado, él hizo de la literatura la razón de su vida, y no distrajo una parte de su tiempo para ocuparla en cualquier otra actividad ajena, que le hubiera proporcionado un mayor desahogo en su cotidiano vivir.
Conocida es la gran intuición y curiosidad de Gómez de la Serna, que le hace ser, en su tiempo, un adelantado a las corrientes de vanguardia, que parecen irse sucediendo tras sus personales atisbos. Así podemos advertir en sus obras anticipaciones del futurismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo, «kafkismo» (tal como bautizó a posteriori el mundo logrado en su novela El incongruente [1922], aparecida antes de que Kafka fuera conocido), el llamado nouveau roman, etc. Su capacidad de creación le llevó a lograr conquistas de tan extraordinaria originalidad y trascendencia como las greguerías, género peculiar en el que a lo poético [aúna] lo humorístico y lo filosófico, a veces [con otros] ingredientes, en frases cortas y lapidarias que iluminan aspectos nuevos de las cosas.
Su curiosidad lo llevó a explorar tanto el espectáculo de la vida como el del arte, del que fue uno de sus mentores más sagaces y originales. Su interés se ampliaba hasta los objetos en desuso, y se anticipó a modas [que] han venido después, especialmente [a] las que han puesto de manifiesto el mundo de lo «pop» y de lo «camp». Desde los objetos pasados de moda, las tarjetas postales, lo cursi, el redescubrimiento de escritores olvidados, el cine, las nuevas formas del teatro, hasta las manifestaciones del tipo del más avanzado arte de vanguardia; su curiosidad se fijó en diversas [áreas], dejando en ellas el fuerte soplo de su personalidad. Escribió tanto y sobre tantos temas que parece mentira que aún le quedara tiempo para vivir y, además, para, de vez en cuando, dar singulares conferencias, preparar memorables banquetes y realizar colecciones de expresivos dibujos con los que frecuentemente ilustraba sus escritos.
Ramón vivió el arte con entusiasmo de poeta y, además de cultivarlo como dibujante, dedicó muchas páginas lucidas [y] apasionadas al tema. [Tanto] al arte avanzado de su época como al arte vivo del pasado que actualizara con sus inspirados y audaces comentarios. Bien digno de ser leído por cuantos se interesan por el arte hoy, sin embargo, un libro tan famoso e imprescindible como su Ismos (1.ª ed., 1931; 2.ª ed., ampliada, 1943), no parece que se haya leído con cierta atención por algunos de quienes era de esperar lo hicieran suficientemente bien. Me refiero al caso del artista catalán J. Batlle Planas, quien residió durante muchos años en Argentina (fue profesor de pintura de la gran poeta Alejandra Pizarnik). En el artículo de Ismos dedicado al surrealismo se reproducen tres espléndidos cuadros suyos: Radiografía paranoica (a toda página), El Ampurdán y El Tíbet. Ilustran esta parte del libro, con las de Batlle Planas, reproducciones de obras de André Breton, Miró, Chagall, Max Ernst, André Masson, Tanguy, Frida Kahlo, Klee, Óscar Domínguez, Kurt Seligmann, Roland Penrose, Victor Brauner y Arcimboldo. 
Pues bien, en el Centro de Arte Santa Mónica de Barcelona recientemente hubo una exposición dedicada al Surrealismo en Cataluña, entre los años 1924-1936,1 donde están las estrellas catalanas del movimiento, con otros artistas, sin duda menos significativos que Juan Batlle Planas, ausente de la exposición. 
Curiosa anécdota acaecida durante el centenario de Ramón. 


Antonio Fernández Molina


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