El poema «El río…» pertenece al poemario Humo de pensamientos y sueños (Institución Fernando el católico, Zaragoza: 1980). Los textos de este libro se redactaron en la segunda mitad de los años 1974 y 1976. Tomamos el poema de la versión incluida en Poesías Completas II, ya que fue la última revisada por el autor.
El río
Se arrastra la lengua de un perro
que husmea el aire,
(el presente, el tiempo ido
y aún el futuro husmea)
sigue adelante muerde a las lavanderas en la ingle,
empuja a los peces con el hocico.
El río
disuelve a los ahogados como a terrones de azúcar.
En él estuve a punto de ahogarme
y después fue tan mi amigo
que, algunas tardes, le llevaba en el bolsillo.
Aquellos juncos ya no me parecen bayonetas
ni me parecen fortalezas
las nubes de su paisaje.
Las aguas de aquel río
apenas son las mismas aguas,
no sirven para lavarme la memoria
aunque ya no me reconozca a su lado.
Han pasado los años.
Parece mentira,
miro atrás en el tiempo
y me figuro que este río es un perro muy largo
que baja desde el monte dando un silbido.
Si intensamente lo deseara
podría traer sus aguas hasta la habitación
para que arrastren mis papeles manchados de tinta.
Podría quedar esta casa sumergida en arena,
yo podría sentarme en una piedra
y escribir con una rama en el suelo.
La tarea del poeta
es como escribir en la arena o en las aguas,
como confiar las palabras a un animal que no
comprende
y mira tranquilo.
Bueno es saber que el río nace y muere al mismo
tiempo
y sus aguas de un día se han ido para siempre
y que a las palabras no puede eternizarlas ni el mármol.
¿Acaso se llevó el río la esperanza?
Sus aguas alimentan muchas semillas
y algunas encierran el futuro de su especie.
En el eterno espejo que es este río
se reflejan las nubes,
se refleja el paisaje,
se refleja todo lo visto.
En una palabra:
nada hay oculto bajo el cielo.
El río conduce paciente el precio de su soledad.
© Herederos de Antonio Fernández Molina
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