Antonio Fernández Molina en su estudio. Fotografía de Pepe Casas. |
Entrevista a Antonio Fernández Molina
Doña Endrina, Trilce, Despacho Literario, Papeles de Son
Armadans, Tamarindo: revistas poético-plásticas que han contado con la
dirección o impulso de A. F. Molina. Innumerables escritos y libros con la
firma de este escritor empedernido, pertinaz y soñador. Cuántos cuadros de este
pintor por el arte. A. F. Molina: encarnación del sentimiento creativo, vetusto
en la fe de ser maldito, seguro de transmutarse en esperanza de acceder al
Olimpo de la bendición.
En un reciente escrito tuyo afirmas taxativamente que «en su
esencia profunda, poesía y pintura son una misma realidad». ¿Podrías explicar
esta relación en tu obra?
—Sí, efectivamente, poesía y expresión plástica son, para
mí, una misma cosa. Coincido con el pensamiento de Cocteau de que la línea de
las letras se estira y se convierte en dibujo. Al fin y al cabo el artista
plástico desarrolla un alfabeto no codificado, formando de este modo su propio
código. Siempre he admirado a los escritores, como Baudelaire, que en sus
pausas hacían dibujos. Por otra parte, mi estética se fundamenta en un
personaje que ha cultivado esas dos facetas: Victor Hugo. De hecho, yo, como
otros de mis maestros, cuando pinto, pienso en la escritura y cuando escribo,
pienso en la pintura.
«Pueblo y castillo de Vianden a la luz de la luna» (1871) de Victor Hugo - MAISON DE VICTOR HUGO, PARÍS |
Tú te has confesado en reiteradas ocasiones convencido
autodidacta plástico. ¿Cómo y cuándo empezaste a cultivar de forma más o menos
continuada la pintura?
—Como todos los niños dibujaba y llenaba los pasillos de mi
casa. Sin embargo, en Bachillerato no me adaptaba a las clases de dibujo, que,
quizá por esto, las detesto y considero negativas, salvo que se planteen con
libertad para potenciar las dotes personales, sin imponer el academicismo
clásico o de vanguardia. Por el contrario, en literatura, tuve la fortuna de
tener como profesora a Enriqueta Ors, que con su iniciación a la lectura de
textos de todo tipo, me ayudó a encaminar mis lecturas en dirección de mis
preferencias literarias.
Expuse por primera vez en la exposición de
Escritores-Pintores (1952) de la mano de Juan Ramírez de Lucas, en el Club de
Prensa de Madrid, con un dibujo que se titula «Semana libre».
Tus orígenes pictóricos siempre se han asociado a Lorca,
tanto en la obra como en la postura y actitud. ¿Hay algo más?
—Me considero discípulo de Lorca en sentido amplio. Pero no
solo el descubrimiento de los dibujos de Lorca, sino el conocimiento del
postismo plástico en 1948 de Francisco San José, Carlos Edmundo de Ory, Nieva,
Goeritz, Cocteau… me conciencian de que hay un camino (la sensibilidad) que no
tiene nada que ver con la técnica y, así, viéndolos como algo mío, siento la
necesidad de pintar.
En tu estudio, rodeado de libros por todas partes, destacan
sobre un estante siete u ocho grandes frascos de tintas; son la mejor muestra
de tu continuo dibujar. La línea es en ti un constante. ¿Qué valor le das al
dibujo en la obra plástica? ¿Y al color?
—En mis primeras etapas tenía dificultad en compaginar lo
pictórico con el dibujo. Me lo paso bien con el pincel, con las manchas. Siento
el color y no me es ajeno. Pero me encuentro más a gusto con el dibujo y con el
papel. Renunciaría antes al color que a la línea, aunque el hecho de que al
principio no empleara colores fue por motivos económicos.
Creemos que tienes un estilo definido, relacionado, por
supuesto, con ciertas corrientes. Y que tu evolución ha estado más sujeta al
hecho creativo que a las modas.
—Asumo que tengo elementos naíf, surreales y simbolistas,
aunque creo que lo mío es más realismo mágico, cercano al naíf (está claro por
mis conocimientos que no lo soy) en las formas de expresión: naturalidad,
libertad, espontaneidad, osadía ante los problemas sin tener una solución de
antemano. Uno de los aspectos del arte que me ha influido bastante ha sido el
mundo del grabado y de las xilografías, sobre todo los grabados populares
mexicanos, concretamente los de José Guadalupe Posada.
Calavera Huertista, ca. 1914. José Gudalupe Posada
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Respecto a la evolución, pienso que, aun siendo siempre la
misma persona, se da. Para que signifique mejoramiento, tiene que ser una
profundización. Hay que hacer no lo que se lleva, sino lo que uno lleva dentro,
teniendo fe en el arte, en la vida, en el amor, en sentimientos humanos. Es
lamentable contemplar evoluciones desastrosas en ciertos artistas
contemporáneos de cierto nombre y valía, sobre todo, si empiezan a ganar dinero
pronto. No hay que olvidar que el éxito es muy difícil de soportar.
Galerías, galeristas, técnicos de instituciones, ferias,
crítica.
—Es difícil cumplir cualquiera de estas funciones, si no hay
vocación y amor al arte y a la aventura artística, al descubrimiento de nuevos
valores vivos. Es esencial el estar ligado a la creación poética.
Dibujo de Antonio Fernández Molina |
Tú entras en contacto con Zaragoza en el primer lustro de la
década de los 50. ¿Qué o quién te induce a establecer la relación? ¿Cómo
recuerdas la vida de la intelectualidad zaragozana de esos años y de las
siguientes décadas?
—Miguel Labordeta es mi nexo con Zaragoza. La época dorada
de la ciudad, en la que a mi vida se refiere, fue la época de Pórtico, con sus
tres líderes Santiago Lagunas, Aguayo y Laguardia. Formaron el primer grupo coherente
de arte abstracto español, están en el epicentro de la sensibilidad mundial de
arte y fueron auténticos héroes, abriendo un camino para otros. Posteriormente,
me estimuló y conmocionó la contemplación de unas reproducciones de Vera que me
llegaron a través del propio Labordeta. En la actualidad se está excesivamente
a remolque de la moda y del mimetismo. Sin embargo, hay gentes interesadas. El
momento actual del arte en todo el país lo veo mal, aunque creo que el arte no
está muerto, solo oculto.
Santiago Lagunas, «Autopsia», obra firmada en 1950. - |
Malditismo: ¿Pose? ¿Complacencia? ¿Constatación?
—Es todo. Todos esos elementos funcionan. Me siento maldito,
aunque las circunstancias que lo manifiestan no son elocuentes. Me complace,
porque dentro de los malditos están aquellos con los que me identifico en arte
y literatura. Luego, con el paso del tiempo se han convertido en benditos.
En tu forma de ser y vivir la vida persisten modos de la
«bohemia»
—No hay que dar el brazo a torcer, siempre que tengas unos
mínimos para subsistir, ni se debe uno doblegar a ciertas necesidades con
perjuicio de la obra artística. Estoy de acuerdo con el Conde de Keyserlinch
cuando afirma que si el artista vive como un burgués hay algo que falla. No es
malo que el artista gane dinero, pero debe vivir vida de artista.
Dibujo de Antonio Fernández Molina |
De la proliferación de facetas que jalonan tu personalidad
(dirección de revistas, escritor literario, crítico de arte, pintor), ¿con cuál
te quedas?
—Con la creación. Soy un poeta que pinta.
Arte a La Escuela
Zaragoza, mayo 1995
[Entrevista sin firma incluida en el catálogo de la
exposición itinerante de Antonio Fernández Molina La punta del Iceberg III, llevada a cabo en la Sala I de la Escuela
de Artes y Oficios de Zaragoza en 1995. Esta muestra se incluía dentro del
proyecto «Escuela y Arte Actual», dirigido por Manuel Val Fernández Lahoz.
Tanto la fotografía del autor como sus dos dibujos reproducidos figuran
en dicho catálogo].
milartienda
ResponderEliminarEn el vasto lienzo del arte, los artistas son alquimistas de la emoción. Cada trazo, cada nota, revela la poesía de su alma. A través de sus creaciones, dan vida a la esencia humana.