«Alejandra Pizarnik. Mensajera de la luna», artículo de Antonio Fernández Molina


Dibujo de Alejandra Pizarnik


Fue hacia mitad de los ¿felices sesenta?, durante la primera etapa de mi incorporación a Papeles de Son Armadans en Palma de Mallorca y hacia el de la etapa final de la revista Sur de Victoria Ocampo, en Buenos Aires, donde en sus páginas nos conocimos mutuamente. No tardó en llegarme una carta suya con un poema inédito para Papeles y un libro suyo. Con ello me llegaban deslumbradoras su poesía y su personalidad, la una idéntica a la otra. El libro, la carta y el original, eran convulsivos y conmovedores. Así incorporaba un nombre nuevo en la lista de grandes poetas americanas de nuestra lengua, siempre admiradas por mí: Sor Juana Inés de la Cruz, María Eugenia Vaz Ferreira, Juana Borrero, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou... A partir de entonces nuestra correspondencia solo fue interrumpida por su muerte. Los sobres de sus cartas siempre estaban escritos a mano con su deliciosa letra menuda de niña genial, cuyo recuerdo no puede por menos de conmoverme. Sus cartas a veces contenían un sugestivo dibujo o collage realizados por ella. Le publicaba sus originales con gran entusiasmo. Tengo la impresión, y no creo equivocarme, de haber introducido su poesía en España. Comunicaba al mismo tiempo mi entusiasmo a otros amigos, Antonio Beneyto entre ellos, quien ha realizado una espléndida labor difusora de su poesía, personalmente de palabra, por escrito y como editor en su Colección La Esquina, del libro inédito Nombres y Figuras (1969) —que ella me envió con tal destino— y con sus oportunas gestiones y alientos para hacerle preparar una antología de su obra que ya solo pudo ver la luz en 1975, tres años después de su muerte,  con el título de El deseo de la palabra, en la Colección Ocnos, de Barral Editores.
Sus textos, en verso y en prosa, siempre son poesía, y la poesía enriquece el carácter de sus relatos que son también poemas, como lo son sus ensayos sobre textos que le fascinaron, así sucede con Nadja, de Bretón y en especial con su alucinante y transparente comentario a propósito de los estudios realizados por Valentine Penrose sobre Acerca de la Condesa Sangrienta, aparecido inicialmente en Sur y publicado aparte como libro breve e intenso. En él, la prosa de Alejandra Pizarnik alcanza la máxima tensión y acentúa su permanente característica de no emplear ni un vocablo más ni uno menos, entre los más eficaces y hermosos, para desarrollar el tema.
Como flechas mensajeras de auténtica poesía sus cartas, sus libros, sus dibujos, cruzaron el Atlántico y, luego de sobrevolar la península, penetraban en el Mediterráneo para dar en el blanco hacia el que se dirigían en la Bonanova de Palma de Mallorca. No era posible ni deseable el oponerle defensa a tales disparos.
Apasionada del arte —otra forma de poesía—Alejandra Pizarnik había abandonado sus estudios de Letras para realizar los de pintura con Juan Baffle Planas, artista de origen catalán que trabajó en Buenos Aires. Ella lo vivía y lo cultivaba con la romántica pasión con que lo hiciera un Victor Hugo y, de haberle prestado la dedicación temporal que utilizó en la poesía, pudiera haber sido un caso equivalente al de un Michaux, un Arp, o el de uno más de los poetas-pintores que enriquecen el panorama.
De cómo su poesía también se apoyaba en su conocimiento y su pasión por lo plástico son buen testimonio sus propias declaraciones cuando dice: «... En cuanto a la inspiración, creo en ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema y lo hago de una manera que recuerda tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A veces al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la deseada, hago un vacío que la alude. Y este dibujo es como una llamada ritual».
Alejandra Pizarnik vivió y nos hace vivir la realidad verdadera de su propia leyenda.
Durante su etapa anterior, trascurrida en París, hizo innumerables trabajos. Uno de ellos fue el de poner en limpio el original de Rayuela, de Julio Cortázar. Pienso como entre las páginas de este singular libro, de alguna manera, pueden estar escondidos su figura y su espíritu y ser ella uno de los personajes que lo animan. El ejercicio de releerlo bajo esta óptica será sin duda bien fascinante aventura. También tradujo textos fundamentales del surrealismo, como La Inmaculada Concepción, de André Breton y Paul Éluard.
Desde el Romanticismo y el Simbolismo hacia adelante, Alejandra Pizarnik estuvo atraída hacia determinados productos de la literatura francesa. Si de alguna manera una de las grandes constantes —casi un vicio— de la literatura argentina es la admiración de sus creadores por los escritores franceses, en esta ocasión responde a una identificación esencial. Pudo haber escrito en francés como su casi compatriota Supervielle, pero sucedía que ella, como Borges, era sobre todo argentina, esencialmente bonaerense. Mientras su obra estuvo cordialmente emparentada con autores como Artaud, Michaux y los surrealistas en general, sus raíces se hunden más profundamente en un surrealismo intemporal y sobre todo en el Romanticismo alemán con afinidades con la poeta Carolina Günderrode.
Coherente y una con su obra, fue tan sensible cuan frágil a los inconvenientes de la existencia. Hermosa como uno de los más bellos y excepcionales productos de la naturaleza, su obra y sus gestos, humanos y literarios, fueron dirigidos a su fin mientras se defendía y escudaba con oportunos y naturales silencios. Vivía en la plena inocencia de sus actos, como escribía, y tanto hizo de su cuerpo su espíritu, como hijo de su espíritu su cuerpo. La acechaban los miserables condicionamientos del amor y de la existencia y estaba hecha para vivirlos en una atmósfera de personal pureza.
    Sin hacer el recuento de sus palabras más frecuentes, la música de su recuerdo me sugiere las que son más escuetas y sugestivas, como en uno de sus intensos breves y testimoniales poemas: «bosque / silencio / espejo / muerte».
   Son elocuentes estas palabras suyas: «Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores». Como también son elocuentes las que dicen: «La poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo...».
Amiga del misterio, amaba en todo el profundo significado de lo infinito incomprensible, y de lo imposible, cual destinada a vivir y a realizar «lunatiquerías»(*) de mensajera del astro. Vivió en un estado de disponibilidad constante hacia el absoluto de las cosas y de las relaciones. Después de renunciar a la vida, está situada en el cielo de los grandes poetas.
Nació en Buenos Aires en 1939 y murió por propia voluntad el 25 de septiembre de 1972.

 Antonio Fernández Molina
© Herederos de Antonio Fernández Molina

(*).—Durante un breve tiempo Antonio Fernández Molina escribió unos aforismos que, en lugar de titular «musgos», como era su costumbre, los bautizó con el singular apelativo de «lunatiquerías». ¿Tal vez inspirado por la autora? Para más información respecto a estos aforismos leer Orfeo errante (Antología poética), (Libros del Innombrable, 2009).

[El presente artículo de Antonio Fernández Molina fue publicado en la revista Quimera, núm. 124, 1994. En la ilustración superior dibujo de Alejandra Pizarnik.]

De Diarios, de Alejandra Pizarnik (Lumen, Barcelona: 2007. Edición de Ana Becciu).

1969, 15/V

Lectura de los cuentos de A. F. M. (Antonio Fernández Molina). ¿Cómo es posible escribir tan despreocupadamente? Quiero decir sin atender a otra cosa que a la fidelidad del contenido. En cuanto a la escritura, es muy ágil y muy correcta e inclusive muy simpática. Aunque trata de fantasías y obsesiones personales, su estilo es tan veloz que me obliga a leerlo con velocidad. Las influencias de Kafka y de Michaux son más que evidentes, lo cual está muy bien, a lo cual yo me niego. Grave error: si frecuentara más a M. y a K. me daría cuenta de la falta de importancia de la corrección del idioma. 

Alejandra Pizarnik

Nota: En la edición todas las personas a las que se menciona aparecen descifradas a pie de página, en el caso de A. F. M. nada nos advierte de la persona a la que se refiere. 



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