La maja desnuda. 1795 - 1800. Óleo sobre lienzo, 97,3 x 190,6 cm. |
La maja vestida. 1800 - 1807. Óleo sobre lienzo, 94,7 x 188 cm. |
Como la de los genios estelares, la obra de Goya se
ofrece casi renovada cada día y sus posibilidades de enriquecimiento parecen
aumentar a medida que se incrementan los testimoniales puntos de vista
diversos, las distintas interpretaciones.
Ante la vista tengo las reproducciones de tres de sus
cuadros más conocidos, «las majas» y el Retrato
de la Condesa de Chinchón. Dos aspectos aparentemente distantes de su
pintura dentro de la fundamental unidad de sus obras realizadas con mayor
serenidad y con la maestría de sus mejores momentos. Dos aspectos que
aparentemente no ofrecen nada visible que singularmente los relacione. Como
situados en polos opuestos de su inspiración. En el lado de «las majas», su
vertiente popular con la audaz resolución de la interpretación del cuerpo,
vestido y desnudo, de la modelo. Cuadros bien conocidos y difundidos y, sobre
todo, famosos por el tema. En el otro lado el testimonio de su capacidad para
captar con toda sutileza la suprema elegancia de una modelo que percibimos de
exquisita sensibilidad. El retrato de la
Condesa de Chinchón es uno de los testimonios más altos del género de
cualquier época y lugar. La imagen representa a una mujer delicada, elegante.
Ajena al afán de lucir su real encanto, transmite una atmósfera de tranquila,
de sosegada fascinación. Ni más ni menos cual pudiera transmitirlo un bello
plantel de flores, luciendo en el esplendor de su momento más oportuno.
Nada en apariencia más lejos de cuanto «las majas» en
sus cuadros parecen querer decirnos.
Sin embargo, entre aquellos cuadros y este existe una
curiosa zona de unión y que, al mismo tiempo, marca la distancia. La zona de
unión destaca en el rombo realizado por Goya en cada una de las tres figuras,
formado por las rectas que en cada una de ellas cruza de hombro a hombro sobre
la clavícula y la que forman los brazos, doblados por el codo y los antebrazos
con los dedos de la mano enlazados.
Esta relación al mismo tiempo señala la diferencia de
caracteres de las modelos marcada por Goya con sutilidad expresiva.
Cada una de «las majas» tendidas sobre el mueble con la
cabeza ligeramente levantada refuerza la intensidad de su actitud, precisamente
con la situación del rombo descrito, al colocar sus manos por detrás de su
cabeza.
En el Retrato de
la Condesa de Chinchón, la actitud de sus brazos y de sus manos
entrelazadas en reposo sobre el halda matizan la expresión soñadora del rostro,
sumergido en delicadeza de una noble vida interior.
La condesa de Chinchón. 1800. Óleo sobre lienzo sin forrar, 216 x 144 cm. |
Artículo publicado en la revista Pluma libre y desigual, núm 16, Zaragoza, junio 1996.
© Herederos de A. F. Molina
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