Antonio Fernández Molina, creador plástico
Los poetas que han dado en pintar o dibujar son muy números y, aparte el interés estrictamente plástico que puedan ofrecer sus pinturas o dibujos, estos nos ayudan a conocer su poesía y algunos rasgos de su personalidad. Recordemos que Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti fueron pintores, incluso antes que poetas, y que a ellos, habría que sumar, entre muchos otros, poetas o pintores, a Moreno Villa, García Lorca y José Hierro. Una de las últimas apariciones públicas de este último fue precisamente aquí, en Valdepeñas, con motivo de una exposición suya. Pero pocas veces a puesto un poeta tanto empeño y tanto de si mismo en su pintura y en sus dibujos como el pintor alcazareño Antonio Fernández Molina.
Durante un tiempo, esta actividad suya era vista por los amigos y seguidores de su obra poética como una afición marginal, un gusto derivado de su interés por el surrealismo, y él se quejaba privada y amistosamente por ello. Pero la afición no solo se mantenía sino que crecía. Dibujos y pinturas iban configurando un mundo propio, que acababa por despejar toda reserva. Antonio Fernández Molina, poeta de penetrantes vislumbres y extraordinaria creatividad, se había convertido en un verdadero pintor, muy especial, que ocupa un orden propio, exclusivo, al que se tenía, se tiene, que prestar mucha atención.
A propósito de sus pinturas y dibujos se ha hablado de surrealismo. Como poeta y como persona tenía mucho de lo que se suele entender por ello, y su obra plástica liga perfectamente con su poesía y su producción narrativa, nacidas ambas de un espíritu libre y donde lo onírico tiene un papel fundamental. Pero, acerca de todo ello, hay que hacer ciertas matizaciones. Después de una gran guerra que había cortado en seco una paz europea que había durado treinta años y con un continente y un mundo dividido en mitades antagónicas en lo social, lo político y la visión del mundo tenía que surgir un rechazo y una acción que podía parecer una huída ante la realidad, pero que era en diversas tentativas, la búsqueda del mundo interior. En este sentido, Bretón recogió el hilo de una larga tradición en la que figuran El Bosco, Goya, William Blake Lautréamont lo convirtió, en parte, en juego de salón del que se salieron los que sentían que en arte, necesariamente, tiene que peligrar la vida del artista. Por eso, Fernández Molina, hombre libre, no podía ser un surrealista de estricta observancia. Pero, con todo, y hecha esta salvedad, es justo afirmar, como ha hecho Juan Manuel Bonet, que su mundo “unde sus raices en el surrealismo” como lo hace en Paul Klee, el Postismo, El Magicismo de Dau Al Set el arte Brut de Dubuffet y los dibujos de Wols, el artista que, según confesó, era el que más le había impresionado.
Fernández Molina supo ver que el juego del arte, como el de vivir, va en serio. Por esto, sus dibujos, como sus pinturas, aunque pueda no parecerlo, se están refiriendo a la realidad, vista con mayor profundidad que en la vida cotidiana. Él lo dejó claro:”La realidad me fascina”; “la encuentro mucho más sugestiva que la imaginación”. “Cuando miro cuanto me rodea, siempre descubro algo de insólito”.
El poeta quiere decir que, por imaginación, no entiende “aprensión falsa o juicio y discurso de una cosa que hay que no hay en realidad o no tiene fundamento” a que se refiere la segunda acepción de la Real academia, ni la “imagen formada por fantasías” de la tercera acepción si por fantasía entendemos “ fantasmagoría, ilusión de los sentidos”. La “realidad” la encuentra más sugestiva y siempre sorprendente por que no es como la vemos en la vida diaria, si no profundamente misteriosa. Fernández Molina, en el estado de lúcido delirio que es la creación artística, ve realmente lo que reflejan sus obras y sus versos.
Su mundo está en constante transformación. La visión que nos dio Ovidio de los dioses en metáfora de la vida de seres sobre la tierra. Todo, en estos dibujos, aparece entrelazado. Entrelazado y formando un contínuum por cualquier lado que cortes te equivocas. Todos estamos unidos. Ninguno de nosotros, espectadores de su obra, estamos separados unos de otros y de todo lo que constituye nuestro entorno. Donde tú, querido lector, pareces acabar, empiezo yo, y donde parece que yo acabe, empieza aquél otro o tú mismo o aquél de más allá. Es inútil intentar deshacer la madeja, a no ser que lo neguemos todo y rompamos la baraja, y esta es, acaso, la última opción. Pero mientras aceptemos la realidad hemos de entender que la realidad ezs tal como nos la pinta o dibuja este artista: una red de fragmentos de vida, ensartados por un hilo invisible, que nos ha de hacer ver que todos formamos un solo ser, que la limitación de nuestros sentidos nos impide conocer en su totalidad.
En cuatro cuartetos, Eliot escribió que los hombres no son capaces de soportar mucha realidad, pero hay algunos que si lo son , y entonces lo que ven es, primero, un rompecabezas y luego, si tienen paciencia y una vista penetrante, el infinito ser de infinitas cabezas, que nos ocultan que todo es pura apariencia.
Todas estas obras son, para emplear palabras del título de uno de los libros de Fernández Molina : Testimonios y enigmas. Testimonios de lo que ve y enigmas que descubre. Son visiones de la danza cósmica, tan festiva como, para decirlo con palabras de Rilke, “El principio de lo terrible, ese grado que todavía podemos soportar”.
El humor es necesario a veces, para poderlo soportar. El de Fernández Molina es de mezcla de inocencia y una lucidez que quema. Un humor limpio. No ironía, que siempre supone una desviación incrédulamente crítica de la realidad, sino el fruto de una mirada que acepta, y esto le produce alegría mezclada de cierta nostalgia. Y limpieza, como resultado de la inocencia y nitidez de la mirada. Una mirada como la suya tenía que estar entreverada de dolor. Era mucho lo que podía ver y no eran muchos los que estaban dispuestos a verlo. A un verdadero creador le parece siempre que persigue una liebre a la que no les es dado alcance. Pero muchos de estos dibujos son tan sutiles que llegan a lo más hondo. Son ya esencial fusión de todas esas figuras de mutantes humanoides animales fruto de extrañas fecundaciones y toda clase de seres y cosas voladoras: simplemente, una línea continua, de trazo nervioso, muy sutil que vibra finamente y todo lo une. Así son las cosas, cuando se contemplan con la lucidez y la profundidad que lo hacía lo hace Antonio Fernández Molina.
Texto de José Corredor Matheos para la exposición de dibujos de Antonio Fernández Molina en la Fundación Gregorio Prieto de Valdepeñas del 1 de Septiembre al 7 de octubre de 2007
Comentarios
Publicar un comentario