No hace demasiado tiempo hablábamos aquí de la poesía de Mariano Esquillor. Pero Esquillor, si bien tardó en comenzar a escribir, posee en su interior material y sentimiento que emerge a borbotones, ahogando cada una de sus líneas con tanto caudal que a veces los mismos árboles de la retórica no dejan ver el bosque de la evidente calidad. Por eso, la crítica de Antonio Fernández Molina —que s una de las mejores que a nuestro entender han salido de su pluma— pone en una perfecta cuadratura el último libro de Esquillor. Y que nadie reproche a este autor su ingobernable acúmulo de frases: cada vez más sereno y siempre con el sentimiento íntimo por delante, pule unos bellos poemas en prosa, profundos y cuidados.
Javier Lentini
Desde la torre de un condenado, de Mariano Esquillor,
por Antonio Fernández Molina
La labor poética de Mariano Esquillor se inició en 1973 con La colina eterna. Y durante estos años ha publicado con asiduidad libros de poesía que han ido configurando un muy interesante mundo poético, del que el presente libro hace el número doce. Y aunque tardíamente incorporado a la tarea de escribir, su entrega le ha llevado a superar este circunstancial retraso.
Esquillor escribe poesía en verso y en prosa. El libro que se comenta (1) pertenece a esta última forma y está integrado por 61 poemas de un valor independiente, que a través de la unidad que les sustenta configuran un conjunto que acentúa su intensidad e insinúa, a través de la temática, un a modo de hilo argumental.
El título podría predisponer a situarnos ante una poesía de corte más o menos tremendista, e incluso a desplazarnos hacia los ámbitos de un neomodernismo. Pero en cuanto nos adentramos en su lectura advertimos que tiene mucho que ver con el romanticismo, especialmente el alemán. El sentimiento y la fantasía juegan un importante papel y nos colocan en las lindes de lo visionario. También pueden advertirse ciertos ecos de goticismo, aunque Esquillor se mantiene en unos límites que le apartan de la retórica y de los excesos.
Nadie ha visto mi caballo perdido en la nieve. Nadie vio caer mi cuerpo abrazándose a las llamas del aire escuchando de la muerte las últimas palabras de la tempestad.
Con mi más serena postura sigo abriendo muros sin poder salir de mi sombría torre empañada por el llanto. Cuantos tréboles solitarios creciendo entre las piedras.
Me arrastra la noche. Un sacrificio le pido al sabio miedo: descanso para encontrar júbilo en mi aliento y ayuda para aniquilar el veneno de mi alma, ensangrentada.
Curiosamente, en estos poemas se percibe un paralelismo con aspectos de la poesía del chileno Mafhud Massis, y es aún más amplio con la obra de uno de los más grandes poetas en lengua castellana, el venezolano José Antonio Ramos Sucre, ambos seguramente desconocidos por Esquillor.
Jardín, tormenta, felicidad, luna, sombras, manos, y términos similares cobran en sus poemas un relieve de evidencia que expresan íntimas realidades, aventuras de lo profundo.
Tiemblo como un jardín bajo una gran tormenta. Mi felicidad fue siempre como una plegaria acabando en la primera sílaba.
De la sombra me retiro tendiéndome al amor de los quietos rayos de luna que yo mismo pinté con mis oscuras pero serenas manos.
Las ramas y hojas que durante la noche me sirven de lecho, en silencio buscan el débil calor de mi cuerpo. No sé quien llora más lejos del árbol que nos echó a la vida o nos arrojó sobre la muerte.
A veces sus poemas poseen una lógica imperturbable que conduce al desenvolvimiento de su exposición de una forma casi cartesiana. En otros hay ecos de la literatura francesa que pueden remontarse hasta Víctor Hugo. Ello, trasmutado a través de su personal alquimia en una realidad literaria que es la plasmación de una vivencias mezcla de retazos de evocaciones y de dietario. Ambas circunstancias se mueven en un mismo plano de importancia. Lo que sucediera, lo que ello aporta al momento presente y hacia el futuro se proyecta en la misma dimensión de lo que ha sucedido hace poco o de lo que está sucediendo.
A veces la experiencia que marca y enriquece procede de la contemplación de un detalle de la naturaleza, cual ver cruzar las nubes. Esta circunstancia cala en la sensibilidad del poeta con unos matices que tienen que ver con los que destacan en la poesía oriental.
El mundo de Esquillor es el resultado de una larga experiencia vital y de su fe en las posibilidades de la poesía. Se enriquece y extienda a medida que profundiza en el cultivo de sus posibilidades expresivas, se depura y afirma. Su dedicación intensa, durante estos últimos años, le ha llevado a ampliar los cauces de sus suscitaciones y a conectar con otros ámbitos de la cultura y de la poesía que de algún modo son afines, le ayudan a encontrarse y le enriquecen. Y así, su formación se ha realizado de una manera que coordina con sus inquietudes. Naturalmente integrado dentro de la poesía del momento, e interesado e informado de lo que sucede en su entorno sucede, no hace concesiones a ningún tipo de reclamo de lo circunstancial.
Su personalidad rechaza los mimetismos y le lleva a interesarse por aquello que para él posee una más esencial permanencia. De ahí que en su poesía asistamos a la evocación de un tono de un carácter de intemporal vigencia. Sus imágenes, que siempre están alimentadas por una esencial frescura no son modernas por el qué o el cómo, sino por un temblor de nuestro tiempo que irremediablemente hace vibrar las frases con una receptividad que reconocemos es una de las conquistas esenciales de la buena poesía del momento.
Este libro, sobre los méritos a que le ha hecho acreedor a Mariano Esquillor su poesía, le sitúa entre los más destacados cultivadores del poema en prosa.
Antonio Fernández Molina
© Herederos de Antonio Fernández Molina
(1) [Esta crítica del libro de Mariano Esquillor Desde la torre de un condenado, (Zaragoza, Colección poemas nº39, 1981) por Antonio Fernández Molina la publicó la Revista Jano Sección Crítica. Núm. 520. Del 14 al 20 de mayo de 1982. Barcelona.]
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