Cuando Ester, hija de A. F. Molina, me pidió escribir unas líneas para esta póstuma exposición de dibujos, en blanco y negro, se me puso un nudo en la garganta aunque acepté su ofrecimiento como no podía ser de otro modo.
En abril de 2003, en la revista Laberinto, número homenaje al autor y su obra, ya escribí del patafísico español A F M sobre La fascinación de lo irreal en nuestro Antonio. Y digo nuestro porque hoy que no está entre nosotros lo está más que nunca, y seguirá estándolo con la magia de sus obras que permanecerán como ocurre con lo auténtico cuando el artista pone el corazón en cada letra y cada signo. Por ello, a A F Molina, amigo y compañero, poeta, narrador, dramaturgo, traductor, dibujante, pintor, polifacético de las artes, espero le reconozcan y sitúen en el puesto que le pertenece, no sólo porque la sombra de los muertos es horizontal, sino porque su obra lo merece y así lo demuestra esta exposición donde los asistentes sucumbirán a su hechizo como me ha ocurrido a mí al contemplar estos magníficos dibujos que resultan de una personalidad innovadora y deslumbrante.
Antonio era uno de los pocos casos donde el artista casi anula al hombre porque vivía en permanente actividad, y su único descanso era cambiar por el pincel la pluma o viceversa. Antonio Fernández Molina es patafísico, surreal, automatista, caligramático, peregrino de otras vidas y otros mundos, que caminó por éste cual melancólico visitante que no encuentra su lugar hasta convertirse en Jano bifronte que gira y gira, hacia derecha e izquierda, hacia arriba y abajo, y hacia dentro, más adentro.
En apariencia el observador, si es ave de paso, puede engañarse pensando que es un niño quien ha dibujado esos sueños, monstruosos, aparentemente sin sentido, donde las figuras resultan generosas o sobrias, audaces, raras, nerviosas, figuras irracionales, irónicas o ingenuas, oníricas o ingenuas, oníricas o incomprensibles. Y se equivoca sólo en parte, porque Antonio era un niño grande, un gigante dormido en el vientre de Josefa Echeverría, su eterna compañera.
Entre los elementos constantes de sus cuadros abundan peces, casas, iglesias, árboles, sombreros, lunas menguantes o crecientes, apeas plenilunios, ruedas, coches, hombres y mujeres, no niños —porque él es el niño que conlleva todo el mundo de la infancia—, manos cercenadas, piernas y brazos desmembrados del cuerpo, truncados por la tragedia de la vida.
Cada obra insinúa una historia, múltiples sugerencias, un tratado, porque la imaginación ha hecho que se desborde la fantasía creando un mundo personal e inabarcable, que no necesitamos apropiárnoslo ni comprender del todo porque la belleza emerge de sus líneas, tiene el poder hipnótico de traspasar a cada espectador los embelesos de Antonio que deja, como Serezade, una puerta abierta para ansiar más y más ensoñaciones.
Puertas abiertas a ninguna parte lo que equivale o implica infinitas posibilidades a ese viajero que era A F M, soñador de mundos sin límites que eso es el horizonte que mantiene la línea en la distancia inalterable a medida que avanzamos, porque lo inalcanzable o lo imposible sólo significa aquello que aún no se ha logrado.
Es acertado el título de la exposición, porque en estos horizontes lírico el mar aparece en casi todos, ya sea de agua o de arena, como nos muestran las montañas o dunas del desierto que son mares de arena que cambian con el viento igual que el mar con las mareas.
Antonio era un hombre lunario, en un doble sentido; uno, el del limonero, que da frutos durante todo el año, lo que equivale al creador incansable que fue, pues su hiperactividad no le permitía estar ocioso y siempre le encontrabas dibujando, pintando y/o escribiendo; otro, la propia luna, ya creciente, menguante o minotauro, pues la memoria es el tiempo sin tiempo, el viaje que va indistintamente hacia el pasado o el futuro, y para realizar ese viaje hay que alunarse.
Antonio niño grande, mago que saca del sombrero o de la manga infinitos personajes que brotaban de los sueños y sólo pueden verlos aquellos que miren sus cuadros con el alma en alfa, que por eso es la primera letra del alfabeto, es decir virgen, con la mente en blanco dispuesta a recibir la sorpresa que el artista le ofrezca en cada obra. Así una ballena es un zepelín, el “turco” bifronte es un derviche suspendido en el aire con ruedas en vez de pies, y por mano una estrella hélice que gira en torbellino cunado la otra alza una copa o disfrazado de reloj de arena, mientras en otros dibujos las copas tienen cara de ángel, y con frecuencia hay danzantes, equilibristas, acróbatas y gigantes que crecen de acuerdo a la estatura de sus sueños y su arte.
La pareja de derviches, son hombre y mujer, bifrontes ambos, algo que se repite como una constante en sus dibujos. Janos que quieren estar a la vez en el cielo y el averno, en la luz y en las sombras, porque Abel no puede existir sin dar muerte a Caín, metáfora de lo oculto. Asimismo, bifrontes o no, muchos personajes son hermafroditas, donde pondera la figura femenina resaltando su tamaño, no sólo como complemento necesario al hombre, sino como matriz y protectora fetal permanente.
El gigantismo repetido es Antonio jirafa, saltimbanqui, sonámbulo, funambulero, soñador, ser en dos mundos a la vez, hombre-mujer, hombre-animal, equilibrista tras la escala de Betel o monstruo de tres cabezas donde su triple arte alcanza la altura de la luna.
Las casas son minúsculas, guardianas de sus secretos, no sabemos si habitadas o desiertas, y a pesar de ese hermetismo tienen siempre la puerta y las ventanas abiertas, en algunas obras aparece una casa a un extremo y una iglesia al otro, como si fueran los únicos recuerdos predominantes de su infancia, o los únicos que quería recordar, tal vez, del pueblo Casa de Uceda, su refugio durante la guerra, aunque me inclino más por la tesis de que son minúsculas porque la verdadera casa de Antonio, como ya señalé antes, era el vientre protector de su mujer.
No he visto más que una casa habitada con un solo hombre, que ocupa todo el espacio, y está levitando; por tejado tiene una ballena que se supone consigue el despegue por la fuerza de su levitación y alcanza el vuelo convertida en el globo aerostático que sobrevuela el pueblo que, curiosamente, resulta alcanzable pues mantiene una escalera suelta para que asciendan los que en verdad lo quieran. Es como si desde la infancia hubiera decidido ser eterno Peter Pan, por eso busca refugio en la mujer, figura siempre protectora, por eso también sus personajes en el aire casi nunca tocan tierra, estando en danza, equilibrismo y/o con pies irreales que sustituye por ruedas, coches o hundidos en una tierra transparente que nos permite verlos.
La circunferencia o rueda es otra variable repetida en sus dibujos que bien forma parte de un coche o es el sustituto de los pies o las manos, o están en este horizonte que remarca así el avance que implica la exigencia constante del artista que intenta a cada paso ir un poco más allá, a modo de heterotrópicos ojos que envuelven a sus personajes implicándoles en el sueño infinito en que él está inmerso.
Circunferencia que puede estar llena como un sol o plenilunio o con radios que varían en número predominando el cuatro o signo de la cruz, más que nunca en vertical sino en equis, o estrellas de ocho puntas. La rueda es a veces medallón o moneda, con rostro de hombre o de mujer, pero no son personajes históricos, simbólicos o de efemérides, sino simples mortales, donde él mismo podría ser uno de ellos identificado por el sombrero, que era una de sus pasiones confesas y constatadas. Lo sabemos porque los llevaba con frecuencia y agradecía, como un niño al que le dan un tesoro, los que le regalaba su amiga la pintora Carlota Cuesta, con la que le unía no sólo la amistad y mutua admiración, sino esa magia de aquellos que buscan el paraíso perdido o inventado en el mundo de la infancia, siendo a veces intercambio, conversación o cruce de ingenios que se produce entre los seres que habitan las mismas esferas.
Esas piernas y brazos que son ruedas recuerdan lejanamente la etapa surrealista de ciertos personajes de Remedios Varo o Leonora Carrington, aunque esto sea circunstancial pues si hay que relacionar con alguien sus dibujos se aproximarían más al mundo de las metamorfosis de Gordillo, a las distorsiones de Alcolea, al irracionalismo mágico de Ponç o de Sus, en esa escasa vegetación retorcida o simple que por otro lado aparece pocas veces, al ingenuismo de Chagall, a los dibujos de Michaux o de García Lorca, y en ciertos rostros a los dibujos de la pintora Pepi Sánchez, otra soñadora. En cualquier caso siempre son leves referencias porque A. F. Molina sólo coincide con A. F. Molina.
Entre sus inclasificables personajes algunos aparecen con antebrazo y manos o piernas con pies, como único elemento corporal, desmembrados del cuerpo, con vida independiente. Unas veces dispersos o entrecruzados ellos mismos y en otras ocasiones, las más reveladoras, penetrando en el subsuelo para buscar los personajes que se escaparon de sus páginas y emerger así como una recuperación que es bálsamo para su espíritu. También se puede ver en esas piernas y brazos soterrados una manifestación de la sexualidad inconsciente ya que en estos casos suelen ser patas de animales cuya línea asciende hasta la nariz o la oreja, signos inequívocos de sexualidad, cuando lo visible es humano. Turbación y recato de lo más íntimo, cápsula privada que no permite traspasar.
Los animales, más que propiamente tales, son metamorfosis que sufre o sueña el propio artista. Crisálidas que esperan el momento de romper el huevo para sobrevolar mundos desconocidos. El hombre es el personaje por excelencia de sus obras, dentro de él se encierra la naturaleza entera por ello muchos de sus personajes están encapsulados en preñez, durmiendo sus sueños, protegidos, esperando que llegue su momento.
Sus dibujos son falsamente naïfs, y el gran lector que fue Antonio los enriquece porque su mundo interior era rico, intenso y extenso y su personalidad diría que se refleja aquí más que en sus escritos, tal vez por ese automatismo, ese lápiz que se mueve solo, sin intencionalidad premeditada, que busca en los arcanos del alma, en la memoria colectiva, en los olvidos y recuerdos de la infancia para que afloren sus temores inconfesos, para que sirvan de catarsis y perviva el sueño de gran artista que siempre tuvo.
Entre sus múltiples amigos, Cela, Cirlot, Labordeta, Gabino-Alejandro Carriedo, Arrabal, etc. Fue admirador de Antonin Artaud, con el teatro del absurdo, de Alfred Jarry y los patafísicos (de cuya Asociación francesa era miembro de honor), de los pospistas, los pánicos y los surrealistas, mundos que son coincidentes con su obra en muchos aspectos, aunque él puso su particular visión única e irrepetible.
El automatismo, el azar, el arte fantástico y el mundo mágico son sus notas más características y por encima de todo siempre lo humano en el centro de su creación. Tiene mucha obra, escrita y pictórica, aún sin publicar ni exponer, y estoy segura que saldrán estudiosos de la misma para ponerle en el lugar que le corresponde, porque por encima de sus errores, inevitables en quien abarca tantos saberes, Antonio Fernández Molina fue un hombre bueno, un español a lo quijote, un sentimental irremediable, un innovador a veces genial, y siempre un gran artista original e inclasificable.
Scardanelli
Nota: Scardanelli es el nombre que utiliza la poeta Encarnación Pisionero para los trabajos de artes plásticas.
[El texto "Horizontes líricos" se publicó en el catálogo de la exposición del mismo nombre mostrada del 6 al 30 de septiembre de 2005 en el Teatro Auditorio "Antonio Buero Vallejo" de Guadalajara. La exposición constaba de dibujos sobre papel realizados en Palma de Mallorca de 1964 a 1975 por Antonio Fernández Molina. Tuvo por subtítulo: Los misteriosos paisajes de un poeta.]
© del texto Erncarnación Pisionero.
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